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El transbordador espacial fue revolucionario para su época. ¿Qué falló?

Gonzalo Zegarra

(CNN) — En sus inicios, el programa de transbordadores espaciales de la NASA prometía marcar el comienzo de una nueva era de exploración, situando a los astronautas en el espacio con un transporte reutilizable y relativamente barato en órbita. Fue un proyecto que alteró para siempre el curso de los vuelos espaciales con sus triunfos y sus trágicos fracasos.

Considerado una “maravilla de la ingeniería”, el primero de los cinco orbitadores alados, el transbordador espacial Columbia, realizó su vuelo inaugural en 1981.

22 años y 28 viajes al espacio después, el mismo transbordador se rompió durante su regreso final a la Tierra, provocando la muerte de los siete miembros de la tripulación.

La tragedia supuso el final del transformador programa de transbordadores de la agencia espacial estadounidense. Y su recuerdo sigue resonando en los pasillos de la NASA hoy en día, dejando una marca duradera en su consideración de la seguridad.

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“La historia de la humanidad nos enseña que en la exploración, después de que ocurran accidentes como éste, podemos aprender de ellos y reducir aún más el riesgo, aunque debemos admitir honestamente que los riesgos nunca pueden eliminarse”, dijo el entonces administrador de la NASA Sean O’Keefe, que dirigió la agencia de 2001 a 2004, en un discurso ante los miembros del Congreso poco después del desastre del Columbia.

Tras el retiro del programa de transbordadores, ningún astronauta estadounidense viajaría al espacio en un cohete de fabricación estadounidense durante casi una década.

Reimaginar la cohetería

El proyecto del transbordador espacial se forjó en el optimismo del programa Apolo de la NASA, que llevó a 12 astronautas a la superficie de la Luna y superó a los rivales soviéticos de Estados Unidos durante la Guerra Fría.

Apolo fue, sin embargo, extraordinariamente caro: la NASA gastó US$ 25.800 millones (o más de US$ 200.000 millones ajustados a la inflación), según un análisis de costes del experto en política espacial Casey Dreier, de la ONG Planetary Society.

Con las limitaciones financieras en el horizonte, a mediados de la década de 1970, los ingenieros de la NASA estaban construyendo un medio de transporte espacial totalmente nuevo.

El Apolo utilizaba cohetes altísimos y pequeñas cápsulas -destinadas a volar una sola vez- que volvían a casa desde el espacio y se lanzaban en paracaídas para aterrizar en el océano.

El concepto de transbordador espacial supuso un giro notable: los orbitadores alados reutilizables despegarían atados a cohetes, navegarían por la órbita terrestre y planearían hasta aterrizar en una pista similar a la de un avión. A partir de ahí, el transbordador podría reacondicionarse y volver a volar, reduciendo teóricamente el coste de cada misión.

Una representación artística de finales de los años 70 muestra el aspecto que tendría el transbordador espacial de la NASA en una misión conjunta con la Agencia Espacial Europea. Space Frontiers/Getty Images

El legado del transbordador

A lo largo de tres décadas, la flota de transbordadores espaciales de la NASA voló en 135 misiones, lanzando y reparando satélites, construyendo un hogar permanente para los astronautas con la Estación Espacial Internacional y poniendo en servicio el revolucionario telescopio espacial Hubble.

Pero el programa de transbordadores, que finalizó en 2011, nunca estuvo a la altura de la visión inicial de la agencia espacial estadounidense.

Cada lanzamiento del transbordador costaba unos US$ 1.500 millones en promedio, según un artículo de 2018 de un investigador del Centro de Investigación Ames de la NASA. Eso es cientos de millones de dólares más de lo que la agencia espacial esperaba al inicio del programa, incluso cuando se ajusta a la inflación. Los largos retrasos y los contratiempos técnicos también asediaron sus misiones.

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“Todas y cada una de las misiones en las que participé fueron canceladas, reprogramadas o retrasadas porque algo no iba exactamente bien”, afirma O’Keefe, ex administrador de la NASA, en una nueva serie documental de CNN titulada “Space Shuttle Columbia: The Final Flight”.

Y dos desastres -la explosión del Challenger en 1986 y la pérdida del Columbia en 2003- le costaron la vida a 14 astronautas.

El desastre del Columbia: una mirada retrospectiva

La mañana del 1 de febrero de 2003, el transbordador Columbia regresaba a casa tras una misión de 16 días en el espacio.

La tripulación de siete personas había llevado a cabo docenas de experimentos científicos en órbita y los astronautas tenían previsto aterrizar a las 9:16 a.m., hora del este, en Florida.

Los ingenieros de la NASA sabían que un trozo de espuma -utilizada para aislar el gran depósito de combustible naranja del transbordador- se había desprendido durante el lanzamiento el 16 de enero, golpeando el orbitador Columbia.

Sin embargo, la postura de la agencia espacial fue que el ligero material aislante probablemente no causó daños significativos. Algunas espumas se habían desprendido en misiones anteriores y habían causado daños leves, pero se consideraron un “riesgo de vuelo aceptado”, según el informe oficial de la investigación del accidente del Columbia.

Sin embargo, más tarde se descubrió que la dirección de la NASA había ocultado las preocupaciones sobre el impacto de la espuma, según informes anteriores y el documental “Space Shuttle Columbia: The Final Flight”.

En la nueva serie, Rodney Rocha, ingeniero jefe del transbordador de la NASA, afirma: “Estaba muy enfadado y decepcionado con mis organizaciones de ingeniería, de arriba abajo”.

Los astronautas incluso recibieron un correo electrónico del control de la misión alertándoles sobre el golpe de espuma en el octavo día de su misión, asegurándoles que no había razón para alarmarse, según la NASA.

Pero la suposición era errónea.

Una investigación posterior reveló que la espuma desprendida había golpeado el ala izquierda del Columbia durante el lanzamiento, dañando el sistema de protección térmica de la nave.

El problema no afectó a los miembros de la tripulación mientras pasaron más de dos semanas en el espacio.

Pero la protección contra el calor es crucial para el riesgoso regreso a casa. Como en todas las misiones que regresan de la órbita, el vehículo tuvo que sumergirse de nuevo en la espesura de la atmósfera terrestre mientras seguía viajando a más de 17.000 millas por hora (27.359 km/h). La presión y la fricción sobre una nave espacial pueden calentar el exterior hasta los 1.649 grados Celsius (3.000 grados Fahrenheit).

La reentrada fue demasiado para el transbordador Columbia. A medida que el vehículo se acercaba a su destino, cruzando Nuevo México hacia Texas, el orbitador comenzó a desintegrarse, desprendiendo visiblemente trozos de escombros.

A las 8:59 a.m. hora del este, los controladores en tierra perdieron el contacto con la tripulación.

El último mensaje lo envió el comandante de la misión, Rick Husband, que dijo: “Recibido”, antes de que se cortara la comunicación.

A las 9 de la mañana, los espectadores vieron explotar al Columbia sobre el este de Texas y contemplaron horrorizados cómo llenaba la zona de escombros.

Los restos del transbordador espacial Columbia yacen en el suelo del hangar RLV del Centro Espacial Kennedy en Florida en mayo de 2003. Getty Images

La realidad del riesgo

Dos décadas después, la tragedia del Columbia y el programa de transbordadores en general ofrecen una perspectiva crucial sobre los peligros y los triunfos de los vuelos espaciales.

La NASA entró en la era confiada, anticipando que las probabilidades de que un transbordador se destruyera durante el vuelo eran de alrededor de 1 en 100.000.

La agencia espacial reevaluó ese riesgo, estimando tras el desastre del Challenger que el transbordador tenía una probabilidad de 1 en 100 de sufrir un desastre.

“Si alguien me dijera: ‘Oye, puedes subirte a esta montaña rusa y hay una posibilidad entre 100 de que mueras’. Bueno, no hay ninguna posibilidad en el mundo -ni en el infierno- de que lo hiciera”, dijo a los documentalistas de “The Final Flight” el senador estadounidense Mark Kelly, ex astronauta de la NASA.

“Pero también creo que la gente en general piensa que no van a ser ellos”, añadió Kelly.

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