OPINIÓN | Hace 20 años, me metí clandestinamente en el país de los talibanes para contar la historia de las mujeres
Mariana Toro
Nota del editor: Saira Shah es una periodista y cineasta cuyos trabajos incluyen “Beneath the Veil” y “The Storyteller’s Daughter”. Ahora trabaja con la Fundación Idries Shah. Las opiniones expresadas en esta columna son suyas. Lee más opinión en CNN.
(CNN) — Hace veinte años casi exactos, entré clandestinamente al Afganistán de los talibanes, usando mi burka para esconder mi cámara de video.
Nunca olvidaré lo que se sintió al cruzar la frontera, escondida bajo mi velo, tratando de no llamar la atención, sabiendo que las mujeres eran azotadas regularmente por mostrar demasiado tobillo o por un mechón de cabello suelto.
Durante una semana, me quedé en casas seguras en Kabul, protegida por una red de heroicas mujeres afganas: la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán.
Lo que me mostraron me dio una lección de humildad y me cambió para siempre.
En un hogar de clase media, una maestra estaba enseñando a leer y escribir a niñas de 5 años. Las lecciones eran bastante normales, hasta que me di cuenta de que todas las personas en la sala, incluidas las niñas, corrían el riesgo de ser azotadas o ejecutadas por lo que estaban haciendo.
Me asombró que los padres de las niñas pensaran que valía la pena el peligro.
Lo estaban arriesgando todo por lo que entonces parecía un sueño imposible: un futuro Afganistán donde sus hijas pudieran ser independientes y libres.
Dondequiera que fui, era la misma historia.
Incluso conocí a mujeres que dirigían salones de belleza secretos, a pesar de que si las hubieran descubierto, se habrían enfrentado a horrendas sanciones.
Veinte años después, todavía estoy en contacto con algunas de las mujeres que conocí en ese viaje.
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Las niñas que arriesgaron sus vidas para aprender a leer ahora son mujeres educadas que han enriquecido todos los aspectos de la sociedad afgana que han tocado.
Hay diputadas, médicas, maestras, profesoras universitarias, científicas y deportistas.
Afganistán no es el mismo lugar que era hace 20 años. Pero hay una repugnante sensación de déjà vu mientras observo el dominio de los talibanes en los últimos días, los mismos hombres sin educación ejerciendo su poder sobre las mujeres, imponiéndolo mediante el armamento que cargan.
No puedo creer que el gobierno de Estados Unidos, el mismo gobierno que se jactó en febrero de que “Estados Unidos ha vuelto”, esté permitiendo que esto vuelva a suceder.
Porque una de las lecciones que aprendí durante mi estadía en el Afganistán de los talibanes es que, por más que las naciones ricas y pacíficas finjan que pueden aislarse de las pobres y turbulentas, de hecho, todos estamos conectados.
Apenas había regresado de Afganistán y terminé de editar mi película “Beneath the Veil” (“Bajo el velo”, en español, que se muestra en el Canal Cuatro del Reino Unido y CNN) cuando ocurrió el 11 de septiembre.
Al principio, me costaba creer que las horribles imágenes que veía de la devastación en la ciudad de Nueva York estuvieran directamente relacionadas con la horrenda opresión que había presenciado del pueblo afgano bajo los talibanes.
Fueron los talibanes quienes abrigaron a Al Qaeda y ayudaron a hacer posible el 11 de septiembre. La reacción de Estados Unidos fue rápida y decisiva: fuerza militar.
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Después de no prestar suficiente atención a Afganistán, de repente Estados Unidos le estaba prestando demasiado.
Voces moderadas como la de mi amigo, el comandante muyahid Abdul Haq, comenzaron a tratar de persuadir a los líderes tribales de Pushtun para que entregaran a Al Qaeda y desmantelaran a los talibanes pacíficamente.
Creía que no era necesario bombardear Afganistán para lograr ese resultado.
Nadie tuvo la oportunidad de saber si hubiera funcionado.
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Días después, Abdul Haq había sido asesinado, al igual que muchos otros moderados. Afganistán se sumergió de nuevo en la guerra.
Los talibanes fueron derrotados, se instaló un nuevo gobierno. Hubo escenas de regocijo en Kabul y otras ciudades. Los afganos hicieron cola para votar en elecciones libres. El sueño imposible de una sociedad afgana en la que las mujeres pudieran desempeñar un papel pleno parecía haberse hecho realidad.
Pero siempre hubo problemas. El ejército afgano estaba apuntalado por fuerzas extranjeras.
Las enormes cantidades de ayuda que ingresaron a un país cuya estructura cívica casi se había derrumbado causaron una corrupción generalizada, y los enormes contratos estadounidenses otorgados a sus secuaces no ayudaron.
Una generación de afganos había quedado traumatizada por la guerra. Había huérfanos y viudas y ningún trabajo para los jóvenes que a menudo se veían obligados a firmar con el señor de la guerra independiente local para alimentar a sus familias.
Se desperdició la oportunidad que Occidente tuvo de reconstruir la infraestructura, de ganar corazones y mentes.
La ironía es que algunas de las versiones más liberales del Islam siempre han florecido en Afganistán junto con los puntos de vista tradicionalistas extremos.
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Mi padre era el escritor Idries Shah; su familia provenía de una tradición sufí afgana: el lado místico filosófico del Islam.
Durante años, he estado involucrada en un proyecto de la Fundación Idries Shah para distribuir antologías de historias sufíes, que enfatizan el valor del sentido común, las habilidades de pensamiento crítico, el humor y los derechos de las mujeres.
Mientras los extremistas acaparan los titulares, muchos, si no la mayoría de los afganos, son receptivos a estas ideas, y estas son las personas que una vez más se dirigen a la oscuridad.
Uno de los mejores poetas sufíes, Sheikh Saadi de Shiraz, dijo en el siglo XIII:
La gente del mundo son miembros de un cuerpo.
Compartimos la misma esencia.
Cuando un miembro tiene dolor,
El resto del cuerpo sufre en agonía.
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Una cosa que me ha animado durante los últimos días horribles es que muchas mujeres en Occidente han comenzado a contactarme. Quieren saber qué pueden hacer para ayudar a las mujeres y niñas en Afganistán.
Porque nuestra propia sociedad tampoco es la misma que era hace 20 años. En un mundo que ha pasado por el movimiento #MeToo, las mujeres con las que hablo no están dispuestas a dejar que los talibanes ganen.
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En la Fundación Idries Shah, nosotros y nuestros socios, Hoopoe Books, estamos buscando nuevas formas de llevar a cabo nuestro trabajo, tratando de educar a mujeres y niñas tanto dentro de Afganistán como entre los millones de refugiadas que ahora se verán obligadas a abandonar su tierra natal una vez más.
Siento que es hora de que nosotras, al menos, nos demos cuenta de que todas estamos conectadas. Hacer todo lo que podamos para defender los derechos de las mujeres y las niñas en Afganistán.
Me gustaría hacer un llamado, por la educación de las niñas y los derechos de las mujeres, en particular el derecho al trabajo, la educación y la atención médica. Y para los millones de afganos que, una vez más, se verán obligados a huir de su país como refugiados.
No podemos cambiar el pasado. Pero el futuro depende de nosotros.
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