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ANÁLISIS | 36 horas extrañas y caóticas en Rusia parecen el principio del fin para Putin

Rocío Muñoz-Ledo

(CNN) — Al proyectar desesperadamente que todo sigue como antes, el Kremlin no hace sino subrayar lo mucho que cambió.

Fueron 36 horas que permitieron vislumbrar el final del gobierno del presidente de Rusia, Vladimir Putin. Casi todas las acciones eran improbables, en el mejor de los casos, hace una semana; muchas eran inconcebibles, hace 17 meses.

Un partidario leal critica la premisa de la invasión, luego afirma que un ataque aéreo tuvo como objetivo a sus propios soldados, antes de tomar una importante ciudad militar sin enfrentamientos, dijo Prigozhin, y luego avanza a unos cientos de kilómetros de Moscú. Pero, de repente, da marcha atrás para evitar el derramamiento de sangre, ya que el Kremlin afirma que Alexander Lukashenko, el presidente de Belarús, a quien Putin parece tratar con desprecio, medió en un dramático indulto, en el que el insurrecto que tiene sus fuerzas destinadas a Moscú, opta ahora por el exilio en Minsk.

Incluso cuando el polvo se asienta, sigue teniendo poco sentido. Es importante recordar que todavía tenemos que oír de Yevgeny Prigozhin que aceptó el exilio en Belarús y ver pruebas de que todas sus unidades se retiraron realmente. Es un abierto difusor de desinformación. Deberíamos sospechar igualmente del aparente lazo con el que el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, intentó atar este sorprendente episodio la noche de este sábado. Dos horas antes, Wagner estaba a las puertas de la capital (casi), y de repente todo está perdonado.

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Faltan grandes partes de esta historia. Puede que nunca sepamos cuáles son. Muchas emociones podrían haber alterado el curso de Prigozhin. ¿Era el avance hacia el norte demasiado fácil? ¿Aceptaba que entrar en la capital dejaría a sus hombres vulnerables, incluso ante una débil respuesta militar rusa? ¿No se le unieron los militares regulares en número suficiente? ¿Creía que un retroceso solo aumentaría su apoyo? Aunque a primera vista la renuncia de Prigozhin le hace parecer débil, incluso acabado, fue él quien tomó las decisiones en las últimas 36 horas.

Putin se quedó reaccionando. Silencioso al principio, y luego enfadado y confiado, prometiendo un “castigo inevitable” para la “escoria”. Pero horas después, todo esto se olvidó. El estado emocional de Putin -si se conociera- es posiblemente menos revelador que sus acciones. Al dejar marchar a Prigozhin, y aparentemente barrer toda la insurrección bajo la alfombra, apareció como el más débil en 23 años.

Es posible que sus servicios especiales persigan ahora a Wagner y a sus partidarios, lentamente, lejos de los focos de los dos últimos días. Sin embargo, la solución del Kremlin al problema fue bajarse también. Es un movimiento tan antipático a todo lo que Putin representa, que sólo puede sugerir que no tenía otra opción: que carecía de fuerzas para estar seguro de poder contener a Prigozhin.

Esa es quizá la lección más importante de la llamada Marcha de la Justicia. No es que un jefe mercenario no enviara una fuerza de tamaño modesto a Moscú para ejecutar un golpe de Estado, sino que el Kremlin tuvo que dejarlo ir.

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La vulnerabilidad de Putin está asegurada

La posición de Putin se estaba debilitando claramente debido a la catastrófica mala gestión de la guerra. Pero cómo sería destituido -qué posibles circunstancias podrían permitirlo- era algo que eludían funcionarios y analistas. No era una opción probable.

Pero ahora que sucedió, podemos echar un vistazo detrás de la tupida cortina en la que se apoya el Kremlin para ocultar sus luchas intestinas, su incompetencia y su fragilidad, lo que le permite proyectar una confianza desmesurada, una omnipotencia postsoviética. Parece que todo está muy feo ahí dentro.

Ahora el resto del mundo también lo ha visto, desde Ucrania hasta la OTAN, pasando por los aliados de Putin. Notablemente, algunos amigos se quedaron callados: Kazajstán e Irán -ambos con una deuda pasada con Rusia- llamaron a esto un “asunto interno”. Eso no es un apoyo incondicional.

Sólo podemos adivinar si la idea de Prigozhin al mando causará tanto pánico en las casas de campo de la élite de los suburbios moscovitas que sostienen el apoyo a Putin. Sin embargo, su vulnerabilidad está ahora asegurada, por primera vez en 23 años, dos décadas en las que ha acumulado abundantes enemigos y deudas. (Es ridículo sostener que los dos últimos días fueron una elaborada farsa diseñada para mejorar de algún modo la posición de Putin o proporcionar un pretexto para la escalada. Se trata de un asunto totalmente interno, que distrae de las necesidades urgentes de la guerra. Hacer que el jefe del Kremlin parezca tan inequívocamente débil no puede en modo alguno fortalecer su posición).

Entonces, ¿dónde deja esto a Rusia y a sus ansiosos adversarios? No podemos saber lo que vendrá después, pero es probable que siga el patrón explosivamente errático de los dos últimos días. Prigozhin puede desaparecer durante unos meses. Puede que Putin haga algunos cambios en su Estado Mayor. Las cosas pueden parecer “normales”. Pero cambiaron absolutamente y se vislumbra un mundo después de Putin, y la fuerza dramática necesaria para imponerlo. Parece el principio del fin para él.

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El catalizador más agudo de cualquier cambio será el impacto que este extraño drama tenga en los frentes de Ucrania. Es imposible imaginar que una serie de fluctuaciones en la presencia militar rusa no haya debilitado las posiciones defensivas en el sur y el este, precisamente los lugares donde Ucrania está avanzando. La valoración más optimista que se puede hacer es que la moral militar rusa debe de haber sentido un bajón al ver a su comandante en jefe y a su figura militar más destacada enzarzarse en un juego de la gallina de 24 horas. ¿Darías en realidad tu vida en el frente ruso este fin de semana, dado el desorden que observas en el mando superior?

Ucrania afirma que avanza. Es demasiado pronto para saber qué impacto tuvo la Marcha de la Justicia en la guerra. Pero el Kremlin debe ser muy consciente del daño que sufrirían las posiciones tanto de Putin como de Prigozhin si este conflicto -que Moscú enmarcó como una batalla existencial contra la OTAN- se pierde en última instancia. Tal vez ese crudo reconocimiento estaba alimentando silenciosamente las extrañas decisiones y retrocesos mientras los combatientes de Wagner avanzaban tan fácilmente este sábado hacia el norte por la autopista M4 hacia Moscú.

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