Sus hermanos intentan salvarle la vida después de que tragara ácido bajo la opresión de los talibanes
Paulina Nares
Karachi, Pakistán (CNN) —Arzo está tan débil que pasa la mayor parte del día acostada en un delgado colchón en una habitación poco iluminada bajo un ventilador de techo por el que circula constantemente el aire contaminado de la ciudad más grande de Pakistán.
Para pasar el rato, ve videos de maquillaje en su teléfono móvil; el brillo de la pantalla ilumina las pecas descoloridas de una adolescente cuya piel ya casi no ve el sol.
Arzo está muy lejos de su hogar en Afganistán, donde vivía con sus padres antes de cruzar clandestinamente la frontera para recibir tratamiento médico.
Sus hermanos mayores, Ahamad y Mahsa, ahora cuidan de ella en una habitación alquilada en Karachi, su refugio temporal tras su vida en Afganistán bajo el régimen talibán.
“No te preocupes”, susurra Ahamad mientras besa la mano de Arzo. “Estarás bien. No te preocupes, siempre estaremos contigo. Espero que te pongas bien pronto”.
CNN no utiliza los nombres reales de Arzo ni de sus hermanos porque temen represalias de los talibanes y ser descubiertos por las autoridades paquistaníes, que han deportado a más de 26.000 afganos desde que anunciaron una ofensiva contra los inmigrantes indocumentados en octubre.
Según sus hermanos, la devolución forzosa a Afganistán significaría una muerte segura para la joven de 15 años, ya que necesita atención médica que, según ellos, no está disponible en su país de origen.
Los hermanos no suelen hablar de los motivos por los que su hermana pequeña se encuentra tan mal, no quieren disgustarla. Mientras contaban su historia a CNN, Arzo lloraba en silencio.
Una chica con ambición
Arzo baila descalza y en jeans al ritmo de música pop con sus hermanas dentro de una casa en Afganistán. Ella sonríe mientras gira sus manos al ritmo de la música.
Ahamad contó que el video se grabó seis meses después de que los talibanes tomaran el control del país en agosto de 2021. Las escuelas estaban cerradas, pero sus hermanas confiaban en que reabrirían.
No lo hicieron. En cambio, los talibanes volvieron a imponer gradualmente las políticas represivas que redujeron el papel de las mujeres en la sociedad durante su régimen anterior de 1996 a 2001, a pesar de las garantías de que no lo harían.
Las mujeres tienen prohibido acceder a la mayoría de los lugares de trabajo, universidades, parques nacionales, gimnasios y a cualquier lugar público sin un acompañante masculino.
Y las niñas ya no reciben educación más allá del sexto grado.
Mahsa ya se había graduado de la escuela secundaria, pero a Arzo todavía le quedaban tres años por delante.
Cuando la escuela de su pueblo cerró, su padre, preocupado, envió a sus hijas a estudiar inglés en un centro educativo en Kabul, pero pronto ese establecimiento también cerró.
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Confinada a su casa, Mahsa se dedicó a la sastrería para pasar el tiempo. Pero Arzo se hundió en una depresión.
“La mayor parte del tiempo ella decía: ‘Espero que nos mudemos de este lugar, no quiero estar aquí, no hay educación y quiero ser médica'”, recordó Mahsa.
Un día de julio, Mahsa bajó las escaleras y se encontró con su hermana mirándola con los ojos saltones.
“Le pregunté: ‘¿Qué te pasó?’ Ella me dijo que había bebido ácido. Yo no lo creí, así que le metí los dedos en la boca y vomitó sangre”, dijo Mahsa.
Los médicos advierten sobre un aumento en los suicidios
Los especialistas dicen que en Afganistán no se compilan estadísticas fiables sobre suicidios e intentos de suicidio, pero grupos de Derechos Humanos y médicos dicen que han visto un aumento bajo el régimen talibán.
El Dr. Shikib Ahmadi ha estado trabajando seis días a la semana y más horas que nunca, atendiendo a pacientes en una clínica de salud mental en la provincia occidental de Herat en Afganistán. Utiliza un seudónimo porque teme que los talibanes lo castiguen por hablar con medios extranjeros.
Ahmadi dijo que el número de pacientes mujeres en su clínica ha aumentado entre un 40% y un 50% desde la toma del poder por los talibanes hace dos años. Alrededor del 10% de esas pacientes se suicidan, afirmó.
Con sus vidas restringidas por los talibanes, las niñas y las mujeres recurren a artículos domésticos baratos para intentar suicidarse, afirmó. Veneno para ratas, productos químicos líquidos, productos de limpieza y fertilizantes agrícolas: cualquier cosa que crean que pueda aliviar su dolor.
Ahmadi relató que intenta decirles que las cosas mejorarán, que las escuelas volverán a abrir, que pueden trabajar en casa mientras esperan, haciendo confección o algo que les dé un propósito.
Pero la verdad es que no sabe si algún día se reanudarán las clases y sus propias esperanzas se están desvaneciendo.
“No veo ningún buen futuro para nadie en este país”, afirmó.
Otro grupo de niñas acaba de graduarse del sexto grado, el final de su educación bajo el régimen talibán.
Ahmadi teme que eso signifique otra ola de autolesiones y suicidios.
“El año pasado, todo el mundo tenía la esperanza de que el año entrante las escuelas podrían estar abiertas. El Gobierno prometió que las abriría”, dijo.
“Pero las escuelas nunca abrieron, así que la gente perdió sus esperanzas. Creo que eso aumentará el número de suicidios”.
CNN se ha puesto en contacto con los talibanes para pedirles comentarios sobre el aumento de suicidios entre las mujeres.
En una declaración proporcionada por el Ministerio de Asuntos Exteriores de los talibanes a la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en enero, el grupo afirmó que las tasas de suicidio femenino habían disminuido desde que llegaron al poder.
“En los últimos 20 años, hubo muchos casos (sic) de mujeres que se suicidaron, pero por la gracia de Alá, no tenemos tales casos ahora”, dice el comunicado.
La afirmación se contradice con múltiples informes, incluidos los de expertos de la ONU, que revelaron en julio que “los informes sobre depresión y suicidio sonn generalizados, especialmente entre las adolescentes a las que se les impide continuar con su educación”.
Arzo recibe líquidos a través de una sonda de alimentación mientras espera una operación para reparar sus heridas.(Foto: Javed Iqbal/CNN).
El regreso de los talibanes
Arzo nació en 2008, siete años después de que Estados Unidos y sus aliados invadieran Afganistán y destituyeran a los dirigentes talibanes a los que acusaban de dar cobijo a los terroristas de Al Qaeda, responsables de los atentados del 11 de septiembre.
Bajo el Gobierno afgano respaldado por Occidente, una devastadora guerra civil hizo estragos durante años, pero la vida había mejorado para las mujeres afganas. Muchas empezaron a ir a la escuela, obtuvieron títulos y se convirtieron en modelos para niñas como Arzo y Mahsa.
Pero todo cambió en 2021, cuando Estados Unidos y sus aliados empezaron a retirarse de Afganistán, creando el espacio para el resurgimiento de los combatientes talibanes, que se habían retirado a zonas rurales de Afganistán y Pakistán.
De vuelta al poder, los talibanes volvieron a imponer su ideología islamista radical, llevando a cabo ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias y encarcelando ilegalmente a cualquiera que consideren una amenaza para su liderazgo, según grupos de derechos.
En el caótico periodo posterior a la toma del poder, al principio se dijo a las mujeres que se quedaran en casa porque los combatientes “no estaban entrenados” para respetarlas. Las restricciones se fueron endureciendo gradualmente, y ahora millones de niñas y mujeres están confinadas en gran medida en sus propios hogares bajo la amenaza de ser castigadas si no obedecen.
Ayesha Ahmad, profesora asociada de humanidades de salud global en la Universidad St. George de Londres, realizó entrevistas en profundidad con mujeres en Afganistán que habían huido de la violencia doméstica cuando los talibanes llegaron.
“Nunca olvidaré el día de la toma de posesión, las llamadas y comunicaciones frenéticas y el terror absoluto que sentían porque sabían cuál sería la realidad y tenían razón”, dijo.
Ahora muchas más mujeres son vulnerables a la violencia, dijo, y algunas ven el suicidio como la única salida, a pesar del estigma cultural y la vergüenza que traería a sus familias.
“El suicidio es un pecado en el Islam y, en este contexto de extremismo religioso, las mujeres no serán vistas como víctimas”, afirmó.
Con poca simpatía por parte de los líderes talibanes que crearon esta situación, las mujeres afganas buscan apoyo fuera de su país.
Heather Barr, directora asociada de la división de derechos de la mujer de Human Rights Watch, dijo que a las mujeres afganas les preocupa que el mundo esté empezando a aceptar que lo que les está sucediendo es normal.
“Todo el mundo se encoge de hombros y dice: ‘Bueno, es Afganistán’. Debería ser intolerable para todos nosotros. Porque lo que sucede en Afganistán y cómo responde o no la comunidad internacional tiene enormes implicaciones para los derechos de las mujeres a nivel mundial”, dijo.
“Tenemos que decirles a nuestros gobiernos que esto no puede considerarse normal. Esto no puede ser tratado como un país más con un problema interno”.
“Lloro por su futuro”
Ahamad no estaba en Afganistán en julio cuando su hermana bebió ácido.
Ya había huido a Pakistán, temiendo las represalias de los talibanes por su trabajo como periodista antes de que tomaran el poder. Contó a CNN que su padre y su tío llevaron a Arzo a un médico local, que le dio algunos medicamentos y les dijo que fueran a Kabul si su estado empeoraba. Y así fue.
En Kabul, un médico dijo que el ácido le había dañado el esófago y el estómago y que era poco probable que sobreviviera a la operación. Así que decidieron llevarla a Pakistán, donde Ahamad la esperaba con un médico. Ahamad llevó a Arzo a Karachi, donde otro médico le introdujo una sonda de alimentación en el estómago.
Eso fue hace tres meses. Desde entonces, según Ahamad, Arzo no ha dejado de adelgazar y ahora pesa unos 25 kilos.
“Su situación no es nada buena. Los médicos le instalaron un tubo en el estómago para alimentarla, de modo que pueda ganar peso y estar preparada para la operación real”, que será en enero, explicó Ahamad.
“Quizá no gane peso”, dijo. “Y quizá no hagan la operación”.
Los hermanos viven con el temor de ser devueltos por la fuerza a Afganistán y a vivir bajo el dominio talibán. CNN ha difuminado una parte de esta foto para proteger la identidad. (Foto: Javed Iqbal/CNN).
Mahsa se sienta en la cama, su aguja perfora la tela con suficiente precisión para mantener su mente concentrada en la tarea. Le gustaría volver a estudiar, pero ahora lo único que le importa es cuidar de su hermana.
“No puedo dormir por la noche porque sufre”, dice Mahsa.
Los hermanos saben que están corriendo un gran riesgo al hablar: temen el alcance de los talibanes en Pakistán y por sus padres, que siguen viviendo en Afganistán.
Pero están desesperados.
Ninguno de los dos puede trabajar, dicen los hermanos, y no tienen los US$ 5.000 necesarios para la operación de Arzo, ni dinero para la habitación, comida para ellos y las latas de leche en polvo y jugo que necesitan para evitar que baje de peso.
No quieren pensar qué pasará si se les acaba el dinero o si la policía pakistaní llama a su puerta.
No lloro delante de ella, pero la beso y lloro mientras duerme por la noche, cuenta Ahamad, hermano de Arzo.
Desde octubre, cuando el gobierno de Pakistán anunció que ya no toleraría la presencia de afganos indocumentados, casi 400.000 han regresado a Afganistán, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
La mayoría se marcharon voluntariamente, empujados por el miedo a ser detenidos, según una declaración conjunta de las agencias de la ONU.
En octubre, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos de la ONU instó a Pakistán a detener las expulsiones, advirtiendo que quienes regresaban corrían “grave riesgo de sufrir violaciones de derechos humanos”.
Los más vulnerables incluían “activistas de la sociedad civil, periodistas, defensores de los Derechos Humanos, exfuncionarios gubernamentales y miembros de las fuerzas de seguridad y, por supuesto, mujeres y niñas en general”, dijo la portavoz Ravina Shamdasani a los periodistas en Ginebra.
Pakistán ha defendido su Plan de Repatriación de Extranjeros Ilegales (IFRP), diciendo en un comunicado que “cumple con las normas y principios internacionales aplicables”.
Ahamad quiere un lugar seguro al que ir con sus hermanas, donde puedan rehacer sus vidas, reanudar sus estudios y empezar a trabajar como siempre habían planeado hacerlo.
Sabe que regresar a Afganistán no es una opción para sus hermanas, especialmente para Arzo, quien llora desesperada ante la sugerencia.
“Si regresa a Afganistán, correrá la misma suerte. Sería mejor vivir en un país pacífico y continuar con su educación y tratamiento adecuado”, dijo Ahamad.
Por ahora, viven entre las cuatro paredes de una habitación llena de dolor por la niña que solía bailar descalza pero que ahora lucha por encontrar la fuerza para levantar la cabeza.
“No lloro delante de ella, pero la beso y lloro mientras duerme por la noche, por su futuro, por su tratamiento, para que pueda sobrevivir a esta enfermedad”, dijo Ahamad.
Abdul Basir Bina, de CNN, colaboró en este reportaje.
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