OPINIÓN | Retrato de la mujer abusada
Sofía Benavides
Nota del editor: Wendy Guerra es escritora cubanofrancesa y colaboradora de CNN en Español. Sus artículos han aparecido en medios de todo el mundo, como El País, The New York Times, el Miami Herald, El Mundo y La Vanguardia. Entre sus obras literarias más destacadas se encuentran “Ropa interior” (2007), “Nunca fui primera dama” (2008), “Posar desnuda en La Habana” (2010) y “Todos se van” (2014). Su trabajo ha sido publicado en 23 idiomas. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora. Mira más en cnne.com/opinion
(CNN Español) — Hemos sido testigos de la belleza, sutileza y altura con la que se ha tratado la figura femenina en la historia del arte universal. En cambio, si nos detenemos en esa otra narrativa, menos difundida y oscura, que culpa de pecados y estropicios a la mujer en pasajes bíblicos, literarios, frescos y oleos fundacionales, advertiremos la terrible crueldad con la que se nos juzgó y condenó durante siglos.
En el Antiguo Testamento (sam.15 y 16) se percibe la masacre de mujeres, incluso, el detalle de estas muertes ocurridas mientras las madres amamantan a sus hijos.
Hay una obra que me resulta muy gráfica de la desesperación que ha experimentado una gran artista, Artemisia Gentileschi, quien se confiesa abiertamente en uno de sus lienzos más gráficos: Susana y los viejos (1610), claro testimonio de la hostilidad y la constante amenaza de violación con la que vivieron muchas mujeres de su tiempo, incluida ella, discípula y creadora violada por su maestro Agostino Tassi. Al recorrer esa obra puede leerse, además de una magnífica técnica, su rebeldía contra el sistema artístico androcéntrico, concepción de la realidad donde la mirada masculina es la única posible y universal.
Susana y los viejos (1610), de Artemisia Gentileschi (Crédito: Wikimedia Commons)
La literatura canta y cuenta descarnados episodios de afrenta a la mujer: “Aquí en estos fieros bosques, doña Elvira y doña Sol, vais a ser escarnecidas, no debéis dudarlo, no”. El cantar de Mío Cid, Cantar Tercero.
El arte contemporáneo se abre paso, cada vez con más fuerza, en la denuncia de las muertes y las vejaciones contra las mujeres en todas partes del mundo.
Si buscamos en los años 70, inicios de la obra de la artista cubanoamericana Ana Mendieta, advertiremos una abierta crítica a la sociedad patriarcal anglosajona que le abrió las puertas. Un universo en el que la artista no se sentía totalmente cómoda y con la que nunca logró identificarse plenamente. Su obra posterior lo explica, Ana se sentía parte de ese mito erótico que la estigmatizaba y etiquetaba como un objeto sexual.
Para Mendieta la violencia de género, las violaciones y el maltrato en todas sus formas, fueron objeto de análisis en acciones plásticas y performance, gestos registrados en obras fotográficas que, hasta hoy y para siempre, encarnan la violencia propinada contra las mujeres de su tiempo. La sangre es parte trascendental del colorido de estas imágenes y su cuerpo cobra un estatus simbólico expresivo de alto calibre de sus tempranos ejercicios.
Untitled (rape scene) (1973), recrea la situación que le sigue a un ataque sexual. Ana semidesnuda, cubierta de sangre se expone ante los espectadores en su propio apartamento. Esta obra formó parte de su denuncia a la brutal violación de una estudiante de enfermería de su facultad. El final de Ana Mendieta forma parte del doloroso final de muchas mujeres en el mundo, que, décadas más tarde, aún buscan esclarecer, con transparencia, las circunstancias de su muerte.
Teresa Margolles, una de las grandes artistas latinoamericanas de nuestro tiempo, en su pieza Sonidos de la muerte (2008) exhibe abiertamente, en una gran instalación sonora, audios realizados en zonas donde se encontraron los cuerpos de miles de mujeres mexicanas asesinadas. El espacio muestra pequeños altavoces figurando lápidas, que trasmiten la cruda realidad que confrontaron y siguen confrontando las mujeres en México. Y es que solo durante el período en el que Margolles trabajó en esta pieza (2000-2009), el Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México estimó que 12.636 mujeres fueron asesinadas en el país.
La trilogía de la huida, de Dulce Chacón (Plaza & Janés, 2006), Del color de la leche, de Nell Leyshon (Sexto piso, 2013), Un beso en la frente, de Esther B. del Brío y Pilar Vega (Universidad de Salamanca, 2015), Violación, una historia de amor, de Joyce Carol Oates (Papel de Liar, 2011), El cuento de la criada, de Margaret Atwood (The Handmaid’s Tale, 1985). Son algunos de los libros que recogen la persistencia del maltrato y la violencia contra la mujer como parte de una tragedia contemporánea. Leer estas obras nos hará mucho más conscientes y activos en el rechazo a las acciones que suceden a nuestro lado cada día. Cada una de estas acciones puede dar paso a reacciones monumentales o sutiles.
El arte y su reflejo en la vida, se expresa a partir de los hechos y experiencias que transitan sus autoras y autores. Cada experiencia particular abre paso a un nuevo capítulo o narrativa que dibuja la historia del ser humano en su contexto sociológico y ético. A cada tiempo su conflicto, pero hay conflictos que, lamentablemente, trascienden su propio tiempo.
Este verano de 2023 se abrió un nuevo caso de trasgresión física y ética hacia la mujer. La futbolista de la selección española Jennifer Hermoso, jugadora laureada, presentó el martes 5 de septiembre una denuncia en la sede de la Fiscalía General del Estado, por el beso sin consentimiento propinado por el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, al calor de la celebración por la victoria en el Mundial femenino de ese deporte. Al ver la proxemia y familiaridad con la que Rubiales trasgredió el espacio de la jugadora, varias preguntas saltaron a mi mente. Si esto es en público, ¿cómo será el trato hacia estas jugadoras cuando la opinión pública no está para juzgarlo?
El momento de “el beso” no consensuado bien pudo ser parte de un fresco renacentista; sin embargo, esto acaba de suceder ante nuestros ojos, en un acto público. Aunque Rubiales dijo que “no podía continuar con su trabajo” y renunció a su cargo, esta denuncia abre una causa y sienta un precedente, los testigos de este tiempo nos preguntamos cómo hacer justicia.
En la época en que vivió Artemisia Gentileschi la violación de una virgen tenía, frente a la sociedad, cierta solución, la llamada nozze di riparazione. Ese fue el modo que encontraron entonces para corregir la falta de quienes arrebataban la virginidad a una joven. Hacer que la mujer contrajera matrimonio con su violador, garantizándose una vida segura, disfrutando de las posesiones del abusador, ahora convertido en esposo.
Sobre las reparaciones a los hechos que vivimos las mujeres en el siglo XXI.
¿Debe un hombre ir a la cárcel por besar inconsultamente en público a una mujer? ¿A través de este escarmiento lograremos eliminar este comportamiento social arraigado por siglos? ¿Cómo se siente esta jugadora al ver su triunfo opacado por este gesto machista y sus consecuencias en la sociedad? ¿Cómo se sentirá la denunciante si finalmente Rubiales va a la cárcel por el beso no consensuado? ¿Qué pasaría si es una mujer quien besa en la boca, toca a un hombre y o trasgrede su espacio personal en un acto público? ¿Cuáles serían las consecuencias?
En lo adelante, en la historia del arte: ¿Cómo se narrarán, en qué formatos y nuevos lenguajes quedarán plasmados para la posteridad sucesos como estos?
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