ANÁLISIS | Afganistán mostró a un Biden que no se doblega
Germán Padinger
(CNN) — Horas después del último vuelo militar de Estados Unidos que salió de Kabul, el presidente Joe Biden comenzó una reunión en la Sala de Crisis de la Casa Blanca con elogios.
“Han hecho un trabajo excelente”, dijo Biden a sus principales colaboradores de Seguridad Nacional, según un funcionario de la Casa Blanca. Lo mismo piensa de su propia actuación.
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Su convicción no se ha derretido por el fuego de las críticas recibidas en las últimas semanas por la caótica conclusión de los 20 años de participación militar de Estados Unidos en Afganistán. Las llamas, tan amplias como intensas, procedían tanto de demócratas como de republicanos, de estadounidenses que votaron por él y de los que no lo hicieron.
Han erosionado su fuerza política y han frenado el impulso de su programa económico en casa. Biden respondió con su propio fuego.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, habla tras el ataque terrorista contra el aeropuerto de Kabul en plena evacuación, el 26 de agosto de 2021. (Crédito: IM WATSON/AFP via Getty Images)
Ha escuchado, y rechazado, todas las acusaciones principales. Tanto en público como en privado, él y sus colaboradores desestiman la acusación de haber descuidado alternativas fundamentalmente mejores para poner fin a la guerra más larga de Estados Unidos.
Reconocimiento de errores
Reconocen no haber previsto el colapso fulminante del gobierno y las fuerzas de seguridad de Afganistán ante el avance de los talibanes en medio de la retirada de las tropas estadounidenses. Pero incluso si lo hubieran previsto, dicen que las posibles opciones —empezar antes las evacuaciones masivas o entregar el país a los talibanes directamente— habrían producido la misma carrera caótica hacia las salidas.
Aceptan que podrían haber tramitado más rápidamente las solicitudes de visados especiales para los aliados afganos. Pero, dada la magnitud de la demanda, dicen que eso solo habría aumentado marginalmente las decenas de miles de personas que finalmente se evacuaron.
Biden rompió su promesa de mediados de agosto de mantener tropas en el aeropuerto de Kabul hasta que los 6.000 estadounidenses que quedaban en Afganistán salieran. Pero eso fue antes del atentado suicida que mató a 13 soldados estadounidenses y a decenas de personas más.
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Al acercarse la fecha límite del 31 de agosto, los militares habían evacuado a todos los ciudadanos salvo por entre 100 y 200, muchos de los cuales seguían mostrándose ambivalentes en cuanto a su salida. Biden optó por lo que otro asesor de la Casa Blanca denominó “la mejor oportunidad para salvar el mayor número de vidas”, retirando las tropas en el plazo previsto y confiando en la presión diplomática para ayudar a los estadounidenses restantes a salir.
La creencia de Biden de que una guerra en Afganistán, a menudo descrito como la “tumba de imperios”, ya no servía a los intereses de Estados Unidos, endurecidos durante años de estancamiento. Como vicepresidente en 2009, vio a Barack Obama luchar contra su propio escepticismo cuando los líderes militares le instaron a enviar más tropas en una demostración de la determinación estadounidense.
“‘¿Qué significa eso, exactamente?’, yo preguntaba, a veces con demasiada agudeza”, recordaba el ex presidente en sus memorias recientemente publicadas. “¿Que seguimos repitiendo las malas decisiones que ya hemos tomado? ¿Alguien cree que seguir en Afganistán durante otros 10 años impresionará a nuestros aliados e infundirá miedo a nuestros enemigos?”
“No dejes que te atasquen”, dice Obama que le dijo Biden.
El entonces vicepresidente perdió esa discusión. Ahora él mismo en la presidencia, 12 años después, ha resuelto no dejarse atascar.
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“Eso es liderazgo político”
El hecho de que la mayoría de los estadounidenses dijeran a los encuestadores que estaban a favor de marcharse no facilitó que Biden lograra su objetivo. La atención del público hacía tiempo que se había trasladado a otra parte. Las guerras llegan a conclusiones desordenadas.
“Es mucho más difícil que dar una patada a la lata por el camino”, observó Michael Beschloss, uno de los varios historiadores que el presidente trajo para conversar hace seis meses. “Biden conoce lo suficiente la historia como para saber que se expondrá a las críticas por todo lo que ocurra. Hubo que tener agallas”.
“Eso es liderazgo político, desde mi punto de vista”, concluyó Beschloss. Tampoco han finalizado los peligros; las represalias de los talibanes contra los estadounidenses que quedan y los aliados afganos, u otros conspicuos abusos de los derechos humanos, agravarían el daño que ya ha sufrido.
Para bien o para mal, la creencia de Biden de que corrió riesgos para preservar el interés nacional ha sacado a relucir algunas cualidades características. Su temperamento puede estallar rápidamente. El graduado de la Universidad de Delaware ha reñido durante mucho tiempo con quienes —desde los adversarios republicanos hasta los colaboradores de la Casa Blanca en tiempos de Obama y el propio Obama— se burlaban de él y lo trataban como un peso pluma intelectual o un fanfarrón propenso a los tropiezos verbales.
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“En un entorno de becarios de Rhodes y ex profesores, es muy sensible a la condescendencia, real e imaginaria”, escribió el biógrafo de Biden, Evan Osnos, el año pasado. Uno de sus antagonistas en el debate sobre Afganistán de 2009, el ex secretario de Defensa Robert Gates, lo calificó más tarde de “equivocado en casi todas las cuestiones importantes de política exterior y seguridad nacional de las últimas cuatro décadas”.
Convencido de que ahora tiene razón, Biden gritó su refutación durante su discurso a la nación tras la conclusión de la retirada de las tropas. Si incluso algunos aliados lo encontraron contraproducentemente enfadado y a la defensiva, a él no le importó.
Cuando Biden abandonó la sala tras sus declaraciones, se enteró por un miembro de su equipo que los comentaristas de televisión le llamaron “desafiante”. Eso hizo sonreír al presidente.
“Se rió y dijo: ‘Acabo de decir lo que pienso y lo que creo'”, recordó el colabirador de la Casa Blanca. “Es desafiante ante la exigencia de que admita que se equivocó. No cree que se haya equivocado”.
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