OPINIÓN | No a la guerra por Ucrania
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Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor, periodista y colaborador de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.
(CNN Español) — No se debe ir a una guerra por Ucrania. Punto. Veamos la argumentación.
En 1994, Boris Yeltsin, presidente de Rusia; Bill Clinton, presidente de Estados Unidos; y Leonid Kravchuk, presidente de Ucrania, firmaron en Moscú un pacto de desnuclearización de Ucrania y Yeltsin dijo que participarían en “La asociación para la paz”, auspiciada por la OTAN. Ese espíritu, entonces presente, se extinguió.
Fue una época en la que Rusia estudiaba seriamente entrar en la OTAN y en la Unión Europea. ¿Por qué? Al frente de la Cancillería rusa estaba Andrei Kozyrev, diplomático de carrera que, en alguna medida, compartía la visión de EE.UU., y pensaba que los intereses rusos podían estar a salvo dentro de lo que en esa época se llamaba la Pax Americana. Hoy, y desde hace algún tiempo, Kozyrev vive en Coral Gables, en el estado de la Florida.
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Fue Vladimir Putin el último político ruso que acarició la idea entrar en la OTAN y en la Unión Europea. Eso ocurrió al principio de su mandato, en 2001, de acuerdo con la versión de un tocayo de Putin, Vladimir Pozner, expresada en una conferencia en Yale y recogida en YouTube. Comoquiera que es muy persuasiva vale la pena verla, aunque hay que tener en cuenta la ambivalencia del conferenciante ante la posibilidad de que Putin, finalmente un kagebista, le prohíba salir del país por un buen número de años. Ya a Pozner le ocurrió antes.
Como lo veo yo, Rusia no entró en la UE por su peso demográfico, por sus miles de ojivas nucleares y por su extensión. Le ocurre lo que a Estados Unidos: es una civilización más que un país, en el que sus habitantes no tienen otro interés que alimentarse a ellos mismos de información y de cultura. Especialmente tras la Segunda Guerra Mundial. Eso podía ser interesante para dirigir la UE o la OTAN, pero difícilmente podría Rusia acostumbrarse a una posición subalterna o EE.UU. a una bicefalia.
En definitiva, ese momento mágico de unirse a la UE o a la OTAN se perdió, no sé si para siempre, pero se perdió. En esos tiempos, finales de los 90 y principios de los 2000, visitaba yo frecuentemente el Kremlin para transmitirles a los líderes mi visión particular de los asuntos cubanos y alguna conversación tuve con Kosyrev –ya yo había conocido a Yeltsin–, y puedo dar fe de la cercanía de la diplomacia rusa con Occidente, al menos en la primera era de Yeltsin.
Si interpretamos correctamente al ex secretario de Estado Henry Kissinger en “Diplomacy” y al profesor de la Universidad de Chicago John Mearsheimer en “Why is Ukraine the West´s Fault?” (“¿Por qué Occidente tiene la culpa en Ucrania?”), Occidente no debe disputarle a Rusia su presencia en Ucrania, y mucho menos estar dispuesto a ir a la guerra por ello. Mearsheimer y Kissinger consideran que Estados Unidos y la Unión Europea tienen en parte la responsabilidad de que Rusia haya intervenido en Ucrania en 2014, pues una de las condiciones de Putin para sumarse a la OTAN era que no se siguieran sumando como miembros varios países vecinos, de su “backyard”. Según los autores, el apoyo de la OTAN y la UE a estas naciones y a los movimientos pro-democracia enemistó a Putin y lo habría llevado a estas acciones.
Rusia está vigilante y con 100.000 soldados en la frontera. ¿Por qué? Porque hay unas grandes diferencias entre el este y el oeste de Ucrania. El este es rusófilo. Es esa la lengua que se habla en esa zona del país. El oeste, donde se habla ucraniano, está junto a la Unión Europea y con la OTAN.
¿Son irreconciliables las dos actitudes? No. Cuando se les encuesta juntos, los habitantes prefieren mayoritariamente permanecer dentro de las fronteras de la misma Ucrania, pero son víctimas del nacionalismo, ese animal feroz, tan pronto les preguntan por separado.
Recuerdo una reunión de la Internacional Liberal donde me pidieron que me sentara junto a Vladimir Zhirinovsky para tratar de averiguar sus intenciones. En ese entonces, él había sido elegido líder del partido “Liberal y Democrático de Rusia”, que se describía como un partido de oposición y reformista.
No era ni liberal ni democrático. El partido era de ultraderecha. Bastó una pregunta ritual sobre la situación general de los partidos políticos en Rusia, para que Zhirinovsky desatara un ataque contra los judíos. Era un nacionalista con expresiones antisemitas: “Ellos (los judíos) lo dominan todo”, me dijo, olvidando que la mitad de los judíos había marchado a Israel aprovechando las facilidades que le habían concedido ese país. En los años 80 y 90, un gran número de judíos soviéticos emigraron de su país y llegaron a Israel aprovechando la flexibilizacion de las normas de inmigración y temiendo el antisemitismo.
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El nacionalismo reemplazaba cualquier vestigio de ideología, especialmente en el este de Europa en esa época. No sé si Vladimir Putin está siendo empujado hacia esas posiciones por el patriotismo mal entendido de los rusos, pero es posible que así sea. Por lo pronto, Mearsheimer lo cree probable y es importante que Biden entienda las presiones que existen contra Putin.
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