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Este capellán de hospital ha asesorado a miles de pacientes terminales. Esto es lo que ha aprendido

Alexandra Ferguson

(CNN) — Joon Park sigue pensando en sus pacientes mucho después de su muerte.

Recuerda al joven que vivía en la calle y aspiraba a ser músico antes de que el cáncer se lo llevara. En su lecho de muerte, el hombre le dijo a Park que lamentaba no haber perseguido su sueño. Sus últimas palabras fueron una canción sobre un hogar que nunca tuvo.

Recuerda a la mujer que perdió a sus trillizos recién nacidos. Nunca había oído un grito tan visceral como el de ella.

Recuerda el día en que cogió tres manos: la de un bebé moribundo, la de un cónyuge en el lecho de muerte de su pareja y la de un adolescente aterrorizado que pedía a Park que rezara por ellos para no morir. Fue como vivir diferentes vidas, dice.

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Park, de 41 años, es capellán del Hospital General de Tampa desde hace ocho y ha asesorado a miles de pacientes y sus familias. El trabajo le viene bien, en parte, porque entiende la desesperación.

Fue víctima de abusos cuando era joven y una vez estuvo hospitalizado tras un intento de suicidio.

A veces, es la última, y única, persona que ven sus pacientes antes de morir. Su papel clave en ese momento, dice, es hacerles sentir que importan y que son escuchados.

“Es terrible que una voz no sea escuchada. He visto morir muchas voces”, dice Park. “He aprendido, en todo el tiempo que llevo con todos mis pacientes, que cada uno de nosotros tiene una historia y hay que darle voz. En el relato está la curación”.

Park también se describe a sí mismo como un “captador de duelo”. Según él, atrapa a los familiares cuando caen en una profunda tristeza y los ayuda a capturar recuerdos reconfortantes de su ser querido moribundo.

Comparte sus experiencias hospitalarias más memorables con sus 93.000 seguidores en Instagram y otros 36.000 en X, antes conocido como Twitter, donde publica como J.S. Park y pretende normalizar las conversaciones sobre la muerte y la mortalidad. Para proteger la intimidad de los pacientes, evita mencionar detalles que puedan identificarlos.

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Algunos de sus mensajes, que ofrecen una visión de los últimos momentos de sus pacientes, lo han convertido en un modelo espiritual.

“Algunos recordatorios de alguien que ve el dolor cada semana: no tienes que sonreír por nada”, publicó recientemente. “Sonreír no significa que estén bien. Reír no significa que no estén tristes”.

Cree que su infancia lo preparó para su trabajo

Park, coreano de segunda generación, creció en Largo, Florida, y pensó que quería ser escritor antes de estudiar psicología en la universidad.

Fue criado por personas con diferentes puntos de vista religiosos, incluido un padre cristiano y una abuela budista, y ha alternado entre el cristianismo y el ateísmo. Sus creencias espirituales se vieron alimentadas por lo que estaba viviendo en aquel momento.

Park afirma que sufrió abusos verbales y físicos de niño. Sus padres eran inmigrantes y formaban parte de una cultura que daba prioridad a la autoridad de los mayores, pero no a la salud mental.

“El trauma puede heredarse en forma de disfunción y, a la larga, la disfunción se convierte en cultura”, afirma.

Park afirma que, de adulto, ha pasado mucho tiempo reconciliándose con su educación e intentando curarse. Ha llorado por las relaciones familiares que desearía haber tenido de niño. Y mientras trabajaba en su propio trauma, buscó consuelo en la espiritualidad.

“Estaba cansado, deprimido, esforzándome al máximo”, dice. “Tenía un montón de traumas que afectaban gravemente mi capacidad de comprometerme profundamente”.

Gracias a la terapia, la introspección y la medicación, dice que ha aprendido que sus heridas pueden convertirse en portales por los que pasar el dolor o la belleza. Su deseo de ser el modelo que desearía haber tenido de niño le llevó a su vocación de capellán, afirma.

Park es uno de los capellanes del Hospital General de Tampa, en el sur de Florida. Crédito: Ivy Ceballo/Tampa Bay Times/Zuma

Park se matriculó en un seminario en Wake Forest, Carolina del Norte, en 2008, un viaje que le enseñó más sobre el cristianismo y lo llevó a ser pastor de jóvenes durante varios años. Pero seguía sintiéndose como un intruso.

“Siempre había esperado entrar en un campo en el que pudiera ser una voz y una caja de resonancia para otros que experimentaron traumas como yo. Sólo la capellanía me ofrecía un lugar real para ello”, afirma.

Cree que sus experiencias, buenas y malas, le permiten establecer una conexión más profunda y empática con los pacientes y sus familias.

“Antes de la capellanía, la ayuda que prestaba era como un parche para coser mis propias heridas. Pero fue la capellanía lo que realmente me enseñó a ver, oír, convertirme en el otro sin agenda, sólo completa compasión y comprensión”.

Se llama a sí mismo “tera-cura”

Las películas y los programas de televisión suelen retratar a los capellanes de hospital como piadosos biblistas que intentan que los pacientes se reconcilien con Dios antes de morir. Park dice que su papel es más amplio.

Se describe a sí mismo como un “tera-cura”, una mezcla entre sacerdote y terapeuta que puede hablar con los pacientes sobre cualquier tema.

“Somos una presencia reconfortante, sin ansiedad ni prejuicios. No estoy ahí para convertirlos. No estoy ahí para convencerlos, sólo para reconfortarlos”, dice.

“Podemos tener conversaciones religiosas si ellos quieren. Pero muchas de nuestras conversaciones pueden ir de la salud mental a la crisis, pasando por el duelo. Nos situamos en ese espacio entre la fe y… la mortalidad. Y estamos ahí para lo que quieran hablar”.

Park afirma que su trabajo le ha provocado “ansiedad ante la muerte”, es decir, miedo a perder a sus seres queridos. “Estaba sentado con un amigo y pensaba: ‘puede que sea la última vez que lo vea’. No somos más que linternas de papel. Podemos arder en cualquier momento”, dice.

Pero eso también le ha ayudado a estar plenamente presente en sus relaciones.

“Ahora, cuando me siento con alguien, estoy con él completamente…”, dice. “El teléfono está apagado. Estoy aquí ahora mismo contigo, porque ésta podría ser nuestra última conversación”.

Howard Tuch, director de cuidados paliativos de este hospital de 1.040 camas, afirma que Park y otros capellanes forman parte de un equipo interdisciplinar más amplio que apoya no sólo a pacientes y familiares, sino también a los miembros del personal. Cuidar de personas al final de su vida puede pasar factura al personal del hospital que se ha hecho cercano a ellas, afirma.

Park y Samuel Williams son capellanes del hospital desde hace años. Crédito: Daniel Wallace/Hospital General de Tampa

Los capellanes proporcionan consuelo a los pacientes y a sus seres queridos, dice Tuch, pero también se centran en quién es el paciente y qué es lo más importante en su vida.

“No puedo contar el número de veces que he mantenido conversaciones con las familias desde una perspectiva médica”, dice Tuch, “pero lo que realmente se necesitaba era atender a quién era esta persona o cuáles eran sus necesidades espirituales, incluso para determinar la dirección general de su atención médica”.

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Los pacientes en su lecho de muerte tienen un miedo común

En el Tampa General, dice Park, los capellanes desempeñan varias funciones. Además del apoyo espiritual y de escuchar a los pacientes, también están presentes cada vez que alguien necesita reanimación, dice.

Los capellanes también llaman a los familiares para avisarles que su ser querido está hospitalizado, y están presentes en todas las muertes e incidentes traumáticos.

“Ayudamos a la familia a saber qué hacer a continuación. Si quieren una bendición, si quieren una oración, si sólo necesitan una presencia religiosa”, dice.

Sentarse con la gente en su lecho de muerte subraya la importancia de estar plenamente presente en el momento, afirma.

Y el arrepentimiento es un tema común entre sus pacientes moribundos.

La mayoría de los remordimientos, dice, se reducen a: “Sólo hice lo que los demás querían, no lo que yo quería”.

“Muchos de nosotros, cerca del final, nos damos cuenta de que no pudimos ser plenamente nosotros mismos en la vida: tuvimos que escondernos para sobrevivir”, dice. “No siempre fue culpa nuestra. A veces nuestros recursos, los sistemas y la cultura que nos rodeaban no nos lo permitieron. Mi esperanza siempre es ver y escuchar plenamente a este paciente, que ahora por fin es libre”.

¿Qué más preocupa a los pacientes moribundos? Los que dejan atrás, dice.

“¿Estarán bien mis seres queridos sin mí? ¿Quién cuidará de mamá? ¿Quién llevará a mi padre al médico? ¿Cómo se las arreglarán mi hijo y mi hija sin mí? Incluso mis pacientes más tranquilos con su muerte siguen preocupados por cómo afectará a su familia”, afirma. “Se trata casi de un duelo empático anticipatorio, experimentar el dolor por la futura pérdida de la otra persona. Estamos tan conectados que a menudo nos preocupamos por cómo afectará a otras personas nuestra propia muerte”.

Es un recordatorio de que los seres queridos de los pacientes se enfrentan a un duro camino tras una pérdida. Pero para Park, cada oración pronunciada, cada mano tendida y cada palabra de consuelo es un paso hacia la curación.

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