Las mujeres de Kabul regresan a sus trabajos, escuelas y calles en desafío a los talibanes
Alexandra Ferguson
Kabul, Afganistán (CNN) — Un ataque terrorista no logró que Atifa Watanayar dejara de enseñar, pero ahora teme que los talibanes lo hagan.
Incluso antes de que el grupo militante entrara en Kabul, la profesora de inglés sentía una intensa incertidumbre y angustia.
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A principios de mayo, estaba en la entrada de la escuela Sayed Al-Shuhada, en las afueras de la capital, y vio una explosión frente a la puerta principal. Cuando sus alumnos pasaron corriendo junto a ella, tratando de escapar al polvoriento patio de abajo, una segunda y luego una tercera bomba detonaron, matando al menos a 85 personas, muchas de ellas adolescentes.
Unos meses más tarde, Watanyar se encuentra en la misma entrada antes de comenzar su clase. Las jóvenes estudiantes entran en el pasillo, sus voces resuenan en una pared pintada con un mural que dice “el futuro es más brillante”.
Atifa Watanyar imparte una clase de niñas en la escuela Sayed Al-Shuhada, en las afueras de Kabul.
“¿Qué debemos decir? Todos los días veo a los talibanes en las calles. Tengo miedo. Tengo mucho miedo de esta gente”, dijo.
En agosto, semanas después de la reapertura de la escuela, los talibanes tomaron el poder y volvieron a reclamar Afganistán como su Emirato Islámico.
Un mes más tarde, el grupo prohibió de hecho que las alumnas asistieran a la escuela secundaria, ordenando que los institutos volvieran a abrir solo para varones. El grupo dijo que necesitaba establecer un “sistema de transporte seguro”, antes de que las niñas de sexto a duodécimo grado pudieran regresar. Pero los talibanes dieron una excusa similar cuando llegaron al poder en 1996. Las alumnas nunca volvieron a clase durante sus cinco años de gobierno.
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Al no poder enseñar a sus alumnas mayores, Watanyar se centra ahora en las más jóvenes, asegurándose de que, al menos dentro de su aula, todavía hay espacio para soñar.
La escuela Sayed Al-Shuhada vuelve a funcionar, pero las alumnas mayores no pueden asistir. Crédito: Scott McWhinnie
“¿Qué debemos hacer, qué debemos hacer? Es lo que podemos hacer por nuestros hijos, por nuestras hijas, por nuestras niñas”, dijo.
Sanam Bahnia, de 16 años, que resultó herida en el atentado terrorista, tuvo el valor de volver a clase.
“Una de mis compañeras de clase, que fue asesinada, era alguien que se esforzaba mucho en sus estudios; cuando me enteré de que había sido inmolada, sentí que debía volver a estudiar, por la paz de su alma, debo estudiar y construir mi país, para poder hacer realidad sus deseos y sueños”, dijo.
Pero la capacidad de Bahnia para cumplir esa promesa está en seria duda. Ahora, con la prohibición de ir a la escuela por los talibanes, lee su libro de texto en un rincón de su casa. Su asignatura favorita es la biología, pero dice que ya no se permite soñar con ser dentista.
Su rebeldía ante los múltiples ataques a su futuro le está pasando factura.
Su voz vacila cuando empieza a llorar, diciendo: “Los talibanes son la razón de mi estado actual. Mi espíritu ha desaparecido, mis sueños están enterrados”.
Sanam, de 16 años, a quien los talibanes prohibieron asistir a la escuela, continúa sus estudios desde su casa.
El continuo ataque de los talibanes a las mujeres es visible en toda la ciudad. En algunos casos, los militantes ordenaron a las mujeres que abandonen sus empleos, y cuando un grupo de mujeres protestó por el anuncio del gobierno exclusivamente masculino en Kabul, los militantes talibanes las golpearon con látigos y palos.
En las calles del barrio de Khair Khana, en el noroeste de Kabul, permanecen las consecuencias de una reciente protesta de mujeres. En casi todos los salones de belleza, se han desfigurado imágenes de rostros de mujeres. Algunas fueron pintadas rápidamente en negro con spray, otras fueron cubiertas por completo.
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En uno de los salones, las mujeres tienen demasiado miedo para dar sus nombres. Dicen que los talibanes expulsaron a las manifestantes, antes de decirles que quitaran las imágenes de mujeres, se pusieran el burka y se quedaran en casa.
Sin embargo, a pesar de las notables dificultades, las activistas de Kabul siguen organizándose y manifestándose.
Este jueves, un puñado de manifestantes se enfrentó a toda una unidad talibán. Justo cuando las mujeres sostenían carteles que decían: “La educación es la identidad humana” y “No quemen nuestros libros, no cierren nuestras escuelas”, camionetas militares descendieron sobre su esquina de protesta.
Oficiales talibanes disuelven una manifestación de mujeres que exigen el derecho a la educación. Crédito: AFP
Los combatientes talibanes les arrancaron los carteles de las manos, mientras una ametralladora montada disparaba una ráfaga de advertencia que hizo correr a los espectadores y a los periodistas.
El jefe de los servicios de inteligencia de los talibanes en Kabul, Mawlavi Nasratullah, dijo que las mujeres no tenían permiso para protestar.
Cuando Clarissa Ward de CNN le preguntó por qué un pequeño grupo de mujeres que pedían su derecho a ser educadas amenazaba tanto, Nasratullah respondió: “Respeto a las mujeres, respeto los derechos de las mujeres. Si no apoyara los derechos de las mujeres, no estarían aquí”.
Pero la violencia que se repite en otras protestas cuenta una historia diferente.
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“Cuando sales de tu casa para luchar, te lo planteas todo”, dijo la líder de la protesta Sahar Sahil Nabizada, añadiendo que ha sido amenazada en repetidas ocasiones pero que se niega a abandonar el país o a dejar de organizarse.
“Es posible que muera, es posible que me hieran, y también es posible que vuelva a casa con vida. Sin embargo, si yo, o dos o tres mujeres más mueren o resultan heridas, básicamente aceptamos los riesgos para allanar el camino a las generaciones venideras, al menos estarán orgullosas de nosotras”, dijo Nabizada.
La activista Sahar Sahil Nabizada se niega a dejar de organizar protestas a pesar de haber sido amenazada en repetidas ocasiones.
La mayoría de los actos de desafío diarios son más pequeños y menos públicos, pero igual de importantes, dicen los activistas. Cada vez son más las mujeres que regresan a los espacios públicos de Kabul después de haber permanecido encerradas durante las primeras e inciertas semanas de gobierno talibán.
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Arzo Khaliqyar es una de esas mujeres que volvió a trabajar. Esta madre de cinco hijos dice que se vio obligada a convertirse en taxista cuando su marido fue asesinado hace un año. Dice que él dejó atrás su Toyota Corolla blanco, un coche común en Kabul, pero poco más.
Pero en las semanas transcurridas desde la llegada de los talibanes al poder, conducir se ha vuelto cada vez más difícil y dice que recibe amenazas de forma habitual. Se ha adaptado ciñéndose a los barrios que conoce y recogiendo sobre todo a mujeres y familias. “Sé muy bien [los riesgos], pero no tengo otra opción”, dijo. “No tengo otra opción. En algunos lugares donde veo puestos de control talibanes, cambio mi ruta. Pero he aceptado este riesgo por el bien de mis hijos”.
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