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OPINIÓN | El problema del huracán que Florida pudo haber evitado

Alexandra Ferguson

Nota del editor: Stephen Strader es profesor asociado de geografía y medio ambiente en la Universidad de Villanova. Sus estudios se centran en la manera en que los ambientes humanos son vulnerables a los desastres naturales. Las opiniones expresadas en este artículo le pertenecen exclusivamente a su autor.

(CNN) — Tras horas de lucha contra los fuertes vientos del huracán Ian, las lluvias torrenciales y las marejadas ciclónicas de casi 3 metros en algunos lugares, a los residentes no les queda más que recoger los pedazos. En las horas y días posteriores a Ian, se revelará la verdadera destrucción, arrojando luz sobre las zonas más afectadas.

Los residentes que no evacuaron se enfrentan a condiciones que amenazan su vida, mientras que los servicios de emergencia se enfrentan a un volumen abrumador de llamadas de aquellos que necesitan ayuda. Por desgracia, esta escena es demasiado común en el estado de Florida.

Hace treinta años, el condado de Miami-Dade de Florida fue azotado por el huracán Andrew, de categoría 5, que provocó más de US$ 50.000 millones en pérdidas (ajustadas a la inflación), destruyó más de 60.000 hogares y dejó a más de 170.000 personas sin hogar.

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Tras el paso de Andrew, el gobierno federal promulgó un plan para mejorar la calidad de la construcción de las viviendas de Florida, dotando al estado de algunos de los códigos de construcción más estrictos del país.

Aunque la mejora de las normas de construcción de Florida puede haber protegido en cierta medida contra los daños y mejorado la capacidad de supervivencia de quienes se encontraban en la trayectoria de las tormentas que siguieron, otros factores de desastre, como el rápido y descontrolado crecimiento de la población y el cambio climático, han inclinado la balanza de los desastres en la dirección equivocada.

Si nos remontamos a principios de la década de 1910, un hombre llamado Carl Fisher (mejor conocido por ser el magnate del automóvil responsable de la construcción del Indianapolis Motor Speedway) decidió tomarse unas vacaciones en lo que hoy se conoce como Miami Beach.

Rápidamente se dio cuenta de la oportunidad de hacer dinero, comprando, limpiando y rellenando miles de hectáreas de pantanos y manglares para dar paso a una nueva propiedad frente al mar, donde los inversores esperarían su turno en un futuro previsible para construir casas y hoteles para aquellos que buscaban un pedazo de paraíso.

Al urbanizar la zona, Fisher sustituyó los humedales y manglares que funcionan como esponjas naturales, y que protegen las zonas interiores de las aguas de los ciclones, por superficies endurecidas e impermeables que seguirían soportando el peso de huracanes como Andrew y ahora Ian.

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Desgraciadamente, este patrón de rápido desarrollo a lo largo de las costas del Atlántico y del Golfo ha continuado en el siglo XXI, dejando abierto el terreno a los desastres. Por ejemplo, la población de Florida ha crecido casi un 60% desde el huracán Andrew, dos veces más rápido que la media nacional en ese mismo periodo, según un análisis de datos de la Oficina del Censo de Estados Unidos. El aumento de la población conlleva un mayor número de viviendas. De hecho, el número de viviendas en Florida casi se ha duplicado, pasando de 5,7 millones en 1990 a 10 millones en 2020, según datos del Gobierno.

Pero, ¿por qué es esto importante para eventos de riesgo como el huracán Ian?

El hecho es que mientras más personas están expuestas a un peligro natural como un huracán, se elevan las probabilidades de que ocurra un desastre mayor. A medida que nuestra población y nuestro entorno construido crecen y se expanden, nos ponemos más fácilmente en peligro. Los humedales y manglares que antes actuaban como “amortiguadores” naturales de la subida de las aguas y las olas que acompañan a los huracanes se están reduciendo o han desaparecido. Han sido sustituidos por zonas residenciales.

Quizá se pregunte cuál es la diferencia entre un peligro natural y una catástrofe. Antes de seguir adelante, vamos a definirlos.

En términos generales, un peligro es un acontecimiento geofísico, como una tormenta tropical, un tornado, un terremoto, etc., que supone una amenaza potencial para los seres humanos y las cosas que valoramos: nuestras casas, vehículos, agricultura. Las catástrofes, por el contrario, son sucesos singulares o interactivos que tienen un profundo impacto en la población local o en los lugares, ya sea en términos de lesiones, daños a la propiedad, pérdida de vidas o impactos ambientales.

No todos los peligros terminan en una catástrofe, pero factores sociales como la exposición (características ambientales que hacen que un sistema se vea afectado por un peligro) y la vulnerabilidad (el potencial de pérdida y de sufrir daños por un peligro) suelen dictar la gravedad del impacto del peligro y la probabilidad de que el suceso se clasifique como una catástrofe.

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Desgraciadamente, estos factores han ido aumentando a lo largo del tiempo debido al cambio de la atmósfera y de la sociedad.

Aunque muchos científicos se centran en cómo el cambio climático influye en el riesgo (la probabilidad de que se produzca un suceso) de los ciclones tropicales y los huracanes, otros, como yo, también examinan “la otra cara de la moneda de las catástrofes”: los cambios en la exposición y la vulnerabilidad.

Durante casi una década, mi colaborador Walker Ashley, de la Universidad del Norte de Illinois, y yo hemos tratado de explicar la importancia del elemento de exposición cambiante cuando se trata de desastres. Este modelo conceptual se denomina “efecto diana en expansión”. Ilustra que a medida que los “objetivos”, los seres humanos y sus posesiones, de los peligros geofísicos se amplían y se extienden con el crecimiento de la población y del entorno construido, las probabilidades de que se produzca un desastre también deben aumentar.

Además, no es solo la magnitud de la población lo que es importante para crear un potencial de catástrofe, sino cómo se distribuyen la población y el entorno construido en el paisaje (por ejemplo, construyendo a lo largo de las costas de alto riesgo) lo que aumenta el riesgo y la vulnerabilidad a las catástrofes. Esto es muy importante porque, si bien el cambio climático puede amplificar el riesgo de ciertos peligros, la causa fundamental del aumento de las catástrofes no está necesariamente relacionada con la frecuencia de los eventos o el riesgo; es el crecimiento de la población y la sustitución de las zonas naturales por otras desarrolladas.

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Entonces, ¿dónde nos deja esto?

El riesgo y la exposición a los ciclones tropicales en Florida han cambiado y seguirán cambiando rápidamente debido a la evolución del clima y del entorno construido. De cara al futuro, debemos tener más en cuenta no solo cómo construimos nuestras casas y comunidades, sino también dónde las construimos.

Como seres humanos, no somos inocentes ni impotentes en la lucha contra el cambio climático y las catástrofes. De hecho, desempeñamos un papel muy importante al decidir dónde y cómo construimos. En última instancia, decidimos qué riesgos merece la pena asumir. Ahora mismo, estamos eligiendo sentarnos a la mesa y apostar, aunque la baraja esté en nuestra contra. ¿Quizás tengamos que agradecérselo a Carl Fisher (y a tantos que vinieron después de él)?

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