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OPINIÓN | La saga de Novak Djokovic pone de manifiesto las profundas divisiones de la sociedad australiana

Alexandra Ferguson

Nota del editor: Stephanie Myles es la editora del sitio de noticias de tenis Open Court, con sede en Montreal, y ha informado desde el Abierto de Australia desde 2008. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora.

(CNN) — Esto no era parte del plan de Novak Djokovic. La estrella del tenis que posó con una gran sonrisa este martes, con aviones en la pista detrás de él, anunciando que le habían concedido una exención médica para jugar en el Abierto de Australia y que estaba a punto de volar a Australia, estaba en cambio a punto de embarcarse en una saga de proporciones épicas.

Si las cosas hubieran salido según los planes de Djokovic, habría llegado a Australia el miércoles por la noche y estaría en la Rod Laver Arena bajo el sol del verano de Melbourne como muy tarde el viernes, resolviendo los problemas del vuelo y preparándose para el Abierto de Australia.

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En cambio, Djokovic pasó la noche del miércoles en el aeropuerto de Tullamarine. Y pasará al menos los próximos cuatro días en el Park Hotel de Melbourne, después de haber viajado aparentemente a Australia con una visa que no permite exenciones médicas para los no vacunados, según comentarios del primer ministro de Australia Scott Morrison a CNN.

Djokovic, de 34 años, no ha revelado públicamente su estado de vacunación y ha citado repetidamente cuestiones de privacidad cuando se le ha preguntado. El jueves, Morrison dijo en una conferencia de prensa que Djokovic “no tenía una exención médica válida” al requisito de vacunación para entrar al país.

La multimillonaria estrella del tenis es ahora un hombre en el limbo, que se aloja actualmente en un hotel utilizado como centro de detención de inmigrantes, y que desde entonces se ha convertido en un imán para manifestantes de todo tipo, desde partidarios hasta defensores de los refugiados. Los seguidores de Djokovic incluso recibieron un saludo y una señal de “corazón” de su héroe, desde detrás de la ventana de la habitación del hotel.

Pero según los relatos de algunos solicitantes de asilo que se han alojado allí, el Park Hotel es un lugar de habitaciones diminutas sin aire fresco y el lugar donde se produjo un brote de coronavirus en octubre. Es el lugar donde algunos ocupantes han esperado años para que se resuelva su caso.

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Por eso resulta irónico que el nuevo huésped del hotel haya conseguido que su recurso contra la cancelación de la visa y la orden de deportación se tramite por la vía rápida para ser escuchado en horas.

Djokovic se instaló el jueves, y permanecerá allí al menos cuatro días después de que la audiencia de apelación a la cancelación de su visa de viaje se aplazara hasta el lunes.

Independientemente de lo que se piense sobre el polarizador Djokovic, no hay ningún escenario en el que se haya merecido esto. Es poco probable que el tenista número 1 del mundo hubiera subido al largo vuelo comercial a Melbourne si no hubiera recibido luz verde de los responsables del torneo.

Pero en algún punto del camino, el conducto de información que involucra a los funcionarios del Abierto de Australia, el gobierno del estado de Victoria y las autoridades federales se ha convertido en un juego de teléfono roto.

El primer ministro Morrison insistió en que la responsabilidad recae en las autoridades fronterizas, no en los organizadores del torneo.

“Tennis Australia dijo que podía jugar y eso está bien, es su decisión, pero nosotros tomamos la decisión en la frontera”, dijo este jueves.

Mientras tanto, el director del torneo del Abierto de Australia, Craig Tiley, junto con el ministro de deportes estatal en funciones, Jaala Pulford, instaron a Djokovic a que fuera sincero sobre los motivos por los que se le concedió la exención. Eso los habría librado un poco del problema. Juraron que no estaba recibiendo un trato especial, pero no dieron más detalles.

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Al fin y al cabo, ningún funcionario querría que se viera que estaba dando a Djokovic un “pase de salida de la cárcel”. Los habitantes de Melbourne han tenido que soportar algunos de los confinamientos más largos y duros del mundo en los últimos 18 meses, a medida que el país perseguía una estrategia de “cero covid”. Aunque esas restricciones han disminuido, por ahora, y el país ha pasado oficialmente a “vivir con el virus”, los residentes de Melbourne siguen recordando las restricciones que los obligaron a permanecer encerrados durante meses.

En el trasfondo de la debacle de Djokovic está la oleada de covid-19 en Australia, ahora que la variante ómicron plantea una nueva amenaza justo cuando los estados estaban relajando las restricciones. Hay una sensación de inquietud y pánico que no existía hace un año. Las filas para las pruebas PCR o las pruebas rápidas se extienden por manzanas. Los laboratorios de patología y los centros de pruebas están cerrando por sobrecarga. Aunque sean las autoridades y no el propio Djokovic las responsables de permitir su entrada en el país, el momento no podría ser peor.

Y con las elecciones estatales y federales que se celebran este año, el drama de Djokovic, de gran repercusión, es una oportunidad para que los políticos muestren su dura postura ante los infractores de las normas de covid-19.

Hace un año, Djokovic pudo comprobar cómo tratan los australianos a las personas pudientes, los que sobresalen por encima del resto y esperan un trato especial. Un pequeño grupo de tenistas y personal de apoyo viajó al Abierto de Australia del año pasado y se enfrentó a una cuarentena de dos semanas antes de poder competir.

Cualquier pequeña queja sobre la mala comida de la cuarentena era recibida con ira y burla por muchos lugareños. Los jugadores simplemente no entendían, según muchos melbournianos, lo privilegiados que eran al poder entrar al país cuando tantos seres queridos no podían llegar a casa, ni siquiera para asistir a los funerales.

En las últimas 24 horas, Djokovic no se ha ayudado a sí mismo. Un informe de un periodista serbio especializado en tenis decía que Djokovic había solicitado alojarse en el gran departamento que había alquilado para él y sus entrenadores, en lugar de hacerlo en el Park Hotel.

Uno se imagina que a los refugiados detenidos junto a él les encantaría oírlo. Y si algo sabemos de Djokovic es que nunca ha sido especialmente bueno leyendo la sala. Su abogado, Nick Wood, incluso trató de acelerar los procedimientos el jueves diciendo que Tennis Australia “necesitaba saber antes del martes” si Djokovic jugará, para poder “encontrar un jugador de reemplazo de ser necesario”.

Pero el Abierto de Australia no es una exhibición de dos hombres en la que la ausencia de un jugador supone una crisis. Habrá más de 100 jugadores compitiendo por un puesto en el cuadro principal la próxima semana en Melbourne Park. Encontrar un reemplazo no va a ser un problema.

Al final, la arrogancia de Djokovic no ha ayudado. Pero nadie, ni los distintos niveles de gobierno, ni Tennis Australia ni Tiley, sale bien parado de esto. Y si el abogado de Djokovic presenta un caso convincente ante el juez este lunes, y su cliente llega a Melbourne Park listo para competir, los aficionados australianos se asegurarán de darle la “bienvenida” que creen que se merece.

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